jueves, 21 de julio de 2011

últimos apuntes sobre dónde, cómo y cuándo... pocos por quées




Intentando aprovechar el tiempo de la mejor manera, e incurriendo estúpidamente en una la medida “lineal” del mismo, logro hacer la nada… un poco ya cansados de muchas cosas pero muy ansiosos por otras, acá estamos hoy, en la isla de Margarita… centro histórico y turístico de Venezuela. Alquilamos una habitación y desde aquí esperamos que el tiempo pase, que circule y juegue a ese juego derretido de soles y nubes y lunas… y, mientras tanto, disfrutando de la playa, el sol y la arena y compartiendo algunos mates y sal y otro poco de monte con argentinos que viven o temporadean en esta isla. Bueno, los hay bolivianos, mejicanos, guatemaltecos, uruguayos, brasileros y colombianos también, claro.

Venimos de pisar las playas más lindas que conocimos en este país: Estuvimos trabajando y veraneando en las aguas saladas del parque nacional Mochima y del parque Península de Paria. Vendemos y producimos menos que antes, al menos de mi parte. Diana sigue trabajando como el primer día, achicando gastos y sacando provechos a las ofertas y a los programas alimentarios bolívarevolusocialistas del Gobierno. Conocimos las playas de Pui Puy, Blanca, Isla Arapo, Los Cocos, Piscina... nos sentamos a contemplar el horizonte lleno de colores y nos encontramos con un cuadro ya conocido: ese que se enmarca en plástico y más plástico. El amorío que vive el venezolano con el plástico es triste; y más que amorío se parece en realidad a esos matrimonios donde hay costumbre de un lado e interés del otro. La ecuación de la resultante de la inseparabilidad. Y el matrimonio sintético impuesto a la Suramérica entera, es cruel. Y las grandes corporaciones extranjeras siguen envasando en plástico la materia prima que sacan de este continente. Y después la devuelven, claro, sobrevaluada y envuelta en polietileno. El cuadro caribeño que ningún pintor pintó: ese con las bolsas y botellas durmiendo en las costas saladas de esta finísima región. ¿Y qué hacemos con la gente? ¿Dónde ponemos al venezolano? Que se pongan ellos donde quieran ubicarse. Que lo hagan en los nuyores, en los mayamis o en cuba o donde les plazca o les dé el cuero. Seguirán siendo, donde quieran que estén, pedantes, superficiales y de plástico. Sifrinos, frívolos. Aunque, hay que hacer la salvación, son efecto, no causa.

Bueno, los andinos allá en los andes, en la tranquilidad de la sierra, en la tranquilidad y sinceridad de todo pueblo andino. Trabajadores, honestos, desconfiados pero siempre con una mano de sobra para ayudar. Los originarios, desplazados, olvidados, discriminados y acostumbrados a que los miren de costado… o que se aprovechen de su imagen sólo para campañas políticas y demás… como siempre, más de lo mismo, acá o allá, es igual. Y los afros, por su parte, calientes y desinteresados, gritones, costeros.

Puntoaparte

El 5 de agosto tenemos vuelo a Buenos Aires. Diana extraña a Kiki, a la muñe y a Lala. Yo no extraño a nadie, creo. Aprendimos muchas cosas en este tiempo pero, lo más importante, es que desaprendimos muchas otras. A la final, nos cuesta más desaprender lo aprendido que aprender porque esto último, a medida que pasan los años, se transforma en un mecanismo casi automático, algo (una cosa más) a lo que lamentablemente nos acostumbramos. Tristemente automático. Y tanta pero tanta poesía a la vuelta de la esquina… escondida. Y yo sin poder acceder a ella, acostumbrándome a que un venezolano gritón me brinde una cerveza que sabe a agua a cambio de unas palabras que jamás, al menos viniendo de mi parte, cumplirán con sus expectativas iniciales. Esperan algo que yo no. Y yo espero algo que ellos tampoco, pero al menos me divierto y me asusto y conozco y me asqueo y me espejo y me reflejo orgulloso de ser esto que entre muchos hicimos de mí y que ese que está en frente jamás será porque no quiere, porque no le interesa. Yo soy el reflejo de lo que él no quiere ni para él, ni para sus hijos. Y viceversa, claro.

Ahora comemos mango. Caen del cielo por la noche, cuando la brisa del mar caribe los invita a bailar. Me levanté un par de veces a cosecharlos por la mañana. Caen tantos que se terminan desperdiciando, porque nadie come tanto tanto mango, y no contamos ni con una licuadora para nadar en jugos ni con una heladera para hacer y vender helados. Hay, en realidad, mucho mango pero también mucho coco, mucho pescado, cacao, plátanos, aguacates. Hay abundancia. Aquí nadie tiene hambre, y nosotros tampoco. Escasean otras cosas, pero no las voy a enumerar porque tiene que ver con lo no tangible… cosa que a muy pocos de los de acá les interesa. Estamos en el trópico y, como leí hace no mucho, aquí “todo crece así, muy de prisa, y se pudre antes de que te des cuenta”.

Este fin de semana Diana salió a manear a las playas margariteñas de Parguito y El Agua. Manear es manguear, es vender. Es, en realidad, pedir que te compren. Es ofrecer. Diana sigue son esa fuerza. Yo, más cómodo, a unas semanas de volver a Argentina, prefiero relajarme un poco más y acompañar cuando puedo, cuando siento que las fuerzas están para… A veces, voy a un supermercado a parchar. Pero “manear” y “parchar” son dos cosas muy distintas. Son actitudes diferentes en situaciones opuestas. Me explico: al manear, uno ofrece un producto a un grupo de personas que está aposentado en sillas de playa y disfrutando, relajados, de un día de playa. Entonces llega el maneador y ofrece y es él, el vendedor, el interesado en vender. El parche tiene el mismo objetivo, que es vender, pero en una situación contraria. Uno expone los trabajos en determinado lugar y se pone a tejer, a la espera de que algún ocasional caminante se muestre interesado por alguna artesanía. Es, entonces, el interés el que varía. En el primer caso, es el maneador el que se muestra interesado en vender y, en el segundo, es el futuro comprador el interesado. Entonces hasta la postura es otra, como los precios, porque el interesado es el comprador, no el vendedor… De esta manera (parchando) se vende menos, es cierto, pero uno no le pide nada a nadie y, sobre todo, uno no le pide nada a este puñado de caretas que cuando te compran algo, suponen que te están haciendo un favor, mientras son ellos los que ganan algo hecho a mano y a corazón. Pero ellos no saben. Y yo ya me cansé de explicárselos. Igual, la que se lleva los laureles y el premio al esfuerzo es Diana que, con la cabeza puesta en la compra de una máquina de coser (más trabajo), sale a caminar por las larguísimas y calurosas playas de Margarita y, sobre todo, tiene que tener la paciencia necesaria para entablar una conversación medianamente coherente con ese grupo de gente que lo único que quiere es seguir bebiendo ron con coca (o solo, así nomás) y cervezas todo el día, hasta que les caiga la noche. Yo la aplaudo y la felicito, pero raramente me enrosco en esa.

Me encierro en la habitación y paso horas aquí dentro tejiendo, escuchando música o viendo alguna película. El aire frío dentro es artificial, pero el agobiante calor de afuera… bueno, en realidad, afuera la vida sigue normalmente para los margariteños de El Tirano. El dealer de al lado sigue jugando mezclar cemento y a levantar habitaciones precarias. Lo hace junto a sus amigotes y yo los veo todos los días. Me entretiene verlos interactuar. Abajo, el anciano y su radio. Las gallinas y los perros en la cocina que amenazan con morder. Los chicos van y vienen. Son muchos. Y sigue haciendo calor. Espero sepan comprender este momento de aclaración.

Nos vemos prontillo