domingo, 2 de enero de 2011

Cali... es Cali

Salimos de San Agustín el 25 de diciembre por la mañana con pocas, poquísimas ilusiones de que algún camionero trabaje en navidad y de que, si hay alguno, además tenga ese corazón solidario que acepte llevarnos. Así y todo, en la Y de San Agustín - Pitalito - Popayán, al primer camión que hicimos dedo frenó y bajaron tres muchachotes. Simpático, el conductor nos dijo “no tengo dónde” y, después de cinco segundos de debate, y teniendo en cuenta que no podíamos dejar que esta posibilidad se nos vaya de las manos, aceptamos (y aceptaron ellos, sobre todo) viajar encima de las pilas de cajas de plástico duro donde, al otro día, iban a encerrar un gran puñado de gallinas y pollos para llevarlos desde el Valle del Cauca a Pitalito, en el Huila.

Así, subimos e inmediatamente nos concientizamos en que no sería un viaje fácil. Y no lo fue puesto que hay más de cuatro horas por una ruta de tierra, donde predominan los pozos a las partes planas. Lo bello: el paisaje. Cuatro horas de viajar de páramo en páramo, sintiendo frío y recibiendo golpes en todo el cuerpo en cada pozo, pero respirando y consumiendo cada centímetro de esa naturaleza tan hermosa y pocas veces vistas por estos pares de pares de ojos (un par de pares son 4, se entiende ¿no?).

Así, de un lado al otro y con algunas secuelas, llegamos al asfalto y respiramos alivio y de allí en más todo fue un poco más relajado… o menos tenso, fiel a la verdad. Incluso cuando en la salida de Popayán pararon a cenar y nos invitaron a bajar y a compartir pollo y medio rostizado. Pollo, sí, esos que viajan siempre como nosotros habíamos viajado hace unas horas atrás. Esos que ahora estaban en nuestra mesa a punto de ser engullidos por cinco humanos hambrientos. Después hicimos unos kilómetros más y paramos a dormir. Nosotros sobre el camión (y siempre sobre las incómodas cajas, cual faquires modernos) y ellos quién sabe en qué alojamiento. Al otro día, bien temprano, seguimos viaje un par de horas más y ya llegamos a la ciudad de Cali.

“Cali es Cali… lo demás es loma”, repiten hasta el hastío caleños y no caleños, reconociendo la particularidad de esta ciudad. Caliente, Cali es caliente y sus mujeres y sus hombres no se quedan atrás. Llegamos para las Ferias de Cali. La gente se emborracha y festeja sin saber mucho qué festeja o a quién le festeja o por qué festeja. Lo importante es festejar, y estas fiestas “pasan una vez al año”, dicen una caleña y se mete otro “shot” de aguardiente. Llegamos de madrugada y fuimos a la casa de Alberto, un amigo de un artesano que Diana conoció en San Agustín. Alberto es muchas cosas, pero por sobre todo es un loco. Qué loco tan “hijuemadre”, como dicen acá. Nos recibió con el brazo abierto y rápidamente nos organizó la estadía: “hoy es la cabalgata de la feria, vamos les muestro dónde es así buscamos un lugar para que vendan”. Entre otras cosas, Alberto es escenógrafo, así que improvisamos una mesa con un pedazo de escenografía de alguna obra teatral perdida en la bohemia caleña y tuvimos el paño más raro de la feria: uno con forma de concha de mar, ja!

La cabalgata de la feria de Cali es eso que no entendimos mucho: hartísima gente pagando una entrada solidaria (un alimento no perecedero para los inundados de Colombia) para acceder a una tribuna desde donde verán pasar caballos y jinetes toda la tarde. Aburrido para nuestros ojos sobrios, divertido para los suyos borrachos. En realidad, los jinetes son los fuckings patrones de estancia que sacan sus mejores caballos y sus mejores yeguas (metafórico esto último). Sí, es nada más que gente adinerada montando un caballo premiado y rodeada por sus dos o tres mujeres (rubias, negras, trigueñas… quien porta la billetera elije el color) que sientan sus ancas operadas sobre los lomos del resto de la caballeriza del pobre opulento magnate. Mientras, la gente los vitorea desde las tribunas. Un espectáculo bastante asqueroso.

De todas formas, nos ganamos algunos morlacos entre tanta locura y por la noche fuimos a beber unas cervezas y aguardientes para festejar… quiénsabequé. Al otro día decidimos conocer un poco la ciudad y Alberto nos llevó hasta la Loma de la Cruz (un parque de artesanos donde se concentra bastante gente), donde parchamos un rato y donde también vendimos lindo hasta que los policías nos pidieron amablemente que levantemos el parche. De ahí, fuimos a parchar al parque del barrio San Antonio, donde hay una capillita y donde la gente también sale a distenderse un poco y a consumir otro poco, por suerte. También nos fue bien.

Dos días de feria caleña ya fue suficiente para nosotros, sobre todo teniendo en cuenta que en Armenia nos esperaba Edgardo, el papá de Diana para pasar unos días en una finca. Así que hacia allí fuimos otra vez a dedo y salió… costó pero salió y llegamos a Armenia a vacacionar unos días.

El dato de Cali: mucho arte urbano, mucha intervención en sus calles y paredes. Lindo.

Y quería decir o… poner de manifiesto algo, y esto es bien personal: Que la cosas (todas, las buenas y las malas; las placenteras y las dolorosas) siempre sucedieron porque las busqué, y siempre consciente de esa búsqueda.



















































































1 comentario:

fan caliescali dijo...

se vé que anduviste bastante underground tomando fotitos .. jeje buena onda!