Fue el color del agua -o su no color mejor dicho, ese reflejo en el mar de todo lo que no es mar- fue lo primero que nos llamó la atención cuando llegamos al Cabo de la Vela. Y la paz. Y el calor y el viento y la quietud del agua ahí nomás, tan cerquita de las rancherías que la acompañan.
Llegamos donde Dina y Jesús, una ranchería Wayúu con el mar Caribe de fondo, en una playa de pescadores. Con ellos compartimos los días en el Cabo, o jugando al Marrano o cocinando arepas en cocina a leña o tejiendo o tomando algún tintico. La idea era producir un poco antes de entrar a Venezuela así que tejimos, pero sólo lo justo como para tener algo para vender en el país vecino. También jugamos con Roncaio, el sobrino de los anfitriones. Caminamos bastante, llegamos hasta el Pilón de Azúcar, una playa chiquitita y bonita con un cerrito que da al mar abierto, desde donde se distinguen varios tipos de azules. Pescamos camarones en una laguna cercana y vimos atardeceres y amaneceres y lunas llenas y casi llenas. Pasamos nuestros cumpleaños en la ranchería sin festejos especiales ni mucho ruido. Más bien y mejor con la clara sensación de que el tiempo pasa y que nosotros pasamos al tiempo de la mejor manera, sin desaprovecharlo y viviéndolo en cada segundo, en cada brisa fresca en la cara. Y nos seguimos conociendo a nosotros mismos. Creo que eso es lo más interesante de todo el asunto, porque todavía hay sorpresa…
Algunos pocos momentos de este mágico lugar.
2 comentarios:
se me ocurren muchas cosas que decir, pero no me sale más que: todo lo que te extraño se vuelve insignificante ante sus relatos y la imágenes... se te siente feliz y eso me hace feliz....(pero no por eso te extraño menos)...
besos a los dos!!
bueno, la verdad es que las imágenes te transmiten docenas de sensaciones, recuerdos y, por qué no, imágenes del futuro. es difícil de explicar pero lo cierto es que se los ve bien a ambos y mataría revolcarse entre todos uds. en alguna de esas ciudades con mar...porro, vino y buena compañía. sí, eso. un abrzo.
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